El Abedul aparece en el planeta hace mas de 30 millones de años, quizá como una respuesta a la necesidad d colonizar las tierras mas frías e inhóspitas. Sus semillas son los seres alados más ligeros que puedas imaginar (1 kg contiene varios millones de semillas) que e viento transporta muy lejos y de esta forma llegan fácilmente allá donde la tierra precisa de su cobertura.
Tras las glaciaciones, cuando el hielo se remonta hacia los polos, los abedules son los primeros que cubren las inmensas tierras qu8e empiezan a despertar de su largo aletargo.
En terrenos incendiados, suelos pobres y ácidos, cenagosos, en condiciones extremas de humedad o frio, el abedul consigue crear densas poblaciones con gran rapidez, pues su capacidad de dispersión añade un rápido y vigoroso crecimiento.
Una vez arraigado el abedul es capaz de cambiar las condiciones del lugar de una forma rapidísima. Su copiosa transpiración drena los terrenos excesivamente húmedos y sus raíces bombean nutrientes, en especial calcio y sales potásicas, contribuyendo al equilibrio del suelo. Además, estas raíces excretan auxinas, hormonas de crecimiento que favorecen la vida de los microorganismos y estimulan el desarrollo de las plantas. Esta enmienda de la tierra, unida a la ligera sombra que ofrece el bosque de abedules, crea las condiciones necesarias en muchos casos para la llegada de otras especies, normalmente roble y haya.
El abedul actúa como protección y avanzadilla en los límites del hayedo o robledal, y una vez cumplida esta misión, cuando las condiciones lo permiten, es rápidamente relegado por los árboles que crecieron a su amparo y cobijo. Amante de la luz como ningún otro árbol, el abedul sucumbirá bajo la sombra y el empuje de hayas y robles.
A su enorme valor para la vida silvestre hay que añadir el gran interés que tiene para las poblaciones del norte: lapones, siberianos, indios de Norteamérica.., que encuentran en él la inspiración espiritual y soporte vital.
Entre estos pueblos podemos hablar de la cultura del abedul, cuya importancia aumenta a medida que nos acercamos a los polos y otros árboles desaparecen.
Del abedul se extrae casi todo; proporciona leña de excelente calidad y cortezas y ramillas para la iluminar y encender la hoguera, buena madera para la confección de toda clase de útiles, trineos, refugios, etc. La flexibilidad de sus ramas permite usarlas en cestería, ataduras, escobas.., y con las más finas, verdes, se azotan los finlandeses en la sauna para favorecer la circulación sanguínea.
Su savia se extrae fácilmente agujereando el tronco o desgajando una rama en las épocas apropiadas. Es un alimento remineralizante y depurativo que contiene glucosa y ácido tartárico, y es capaz de fermentar para convertirse en vino o cerveza de abedul. En Alemania se tomaba esta savia en ayunas por primavera, como especifico contra el mal de piedra, gota y la tisis.
Son innumerables los usos de su corteza, que proporciona:
· Un tinte rosa raspando la parte interior y dejándola una noche en remojo.
· Alimento. Molida y mezclada con otras harinas, por la fécula y azúcar que contiene.
· Cerveza, como ya hemos comentado antes.
· Material para tejas y coberturas de cabañas.
· Para la construcción de canoas.
· Vasos que tengan que estar indefinidamente dentro del agua.
· Confección de cestos, cajas, jarcias, esteras..
Y por si fuera poco... podemos extraer su resina poniendo simplemente la corteza exterior en un puchero a fuego lento, para que vaya destilando, con cuidado de que no prenda. Esta brea, llamada cola de abedul o bertulina, sirve para sellar recipientes y hacerlos estancos, calafatear embarcaciones y también como pegamento muy resistente.
Entre las mujeres vikingas se usó esta corteza, ennegrecida por el fuego, para pintarse los ojos.
Dos épocas principales tiene el abedul en las que las cortezas están separadas y se recogen con facilidad: la primera a la subida de la savia en primavera y la segunda y más corta, hacia finales de julio. Cuando cesa el fuerte flujo, en cuestión de tres o cuatro días, las heridas de las que manaba la savia en abundancia se cierran y la corteza queda apretada, imposible de desgajar sin romperla en mil trozos. La corteza exterior es prácticamente imputrescible y resistente a los ataques fúngicos y de los insectos. La corteza interior NO debemos utilizarla pues su recolección supone la muerte del árbol.
Las antorchas o teas de abedul se fabrican enrollando y dejando secar la corteza externa, atada con hierba, retama... La luz tenue de una antorcha invita a la meditación, al recogimiento, a escuchar leyendas de tiempos remotos. Su llama clara, cálida y serena, tiene un cierto parecido con la de una vela de cera de abejas: el humillo denso y oscuro deja un aroma grave como el del incienso. La antorcha nos eleva con su luz límpida, y cuando respiramos su esencia y nos envuelve su resplandor, de alguna manera nos acercamos a la pureza de abedul, a su espíritu.
En el crepúsculo, el abedul es una antorcha encendida, en otoño se inflaman sus hojas de amarillo y caen incendiando el viento. Hacia los 35 años, el abedular, que ha crecido cicatrizando las heridas por las talas u otras causas, inicia su declive, a medida que se va regenerando el antiguo bosque.
Hacia esa misma edad de 35 años, el cuerpo del hombre tiende hacia la desmineralización y decadencia. Rudolf Streiner preconiza precisamente las curas de abedul para combatir esta inclinación de la madurez. Desde muy antiguo se han utilizado las hojas de abedul en forma de té (200 grs de agua hirviendo se vierten sobre 20 grs de hojas). Este té tiene efectos depurativos, facilita la diuresis y la sudoración y ayuda a resolver los casos de reumatismo, gota, inflamaciones articulares, hidropesía y enfermedades de riñón e hígado.
El abedul nos ayuda a conservar la juventud en la madurez, la sensibilidad y la alegría de vivir. Para ello ni siquiera hace falta la infusión de la savia, el simple acercamiento al lugar donde crece en la naturaleza nos hace comprender muchas cosas, estimula nuestra consciencia y vivifica. No en vano elige los aires más altos, puros y luminosos, las aguas cristalinas, los bosques silíceos cargados de energía y vitalidad. Su sola presencia transmite estas sensaciones.
En los rituales chamánicos de iniciación, actuaba como árbol central, eje del mundo; plantado en el centro de la yurta, a través de él desciende la luz celeste, y el espíritu humano puede ascender cruzando el agujero de la cúspide de la cabaña.
FUENTE: La magia de los árboles – Ignacio Abella – RBA libros 2000
En los países eslavos, siempre se creyó que en estos árboles habitaban los espíritus del bosque. Las ramas servían para apaciguarlos, como las ramas de los árboles apaciguan a Las Furias. En la Edad Media, se creía en el norte de Europa que las brujas cabalgaban sobre escobas hechas con madera de abedul.
(Antonio Colinas, “La llamada de los árboles”)
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