Como se ha dicho, no existen demasiados testimonios sobre la cristaloterapia a lo largo de la historia, sobre todo del pasado más lejano, puesto que se trataba de una práctica cuyo conocimiento se transmitía exclusivamente por vía espiritual y, en algunos casos, oral. Sin embargo, es verdad que una veintena de cristales fueron utilizados con frecuencia por las distintas civilizaciones y, según los casos, con fines terapéuticos o como amuleto exorcizante para miedos y enfermedades. Se trataba de piedras muy conocidas que se encontraban con facilidad, aunque es bien sabido que desde los tiempos más antiguos los sanadores, sacerdotes y hombres de medicina se empeñaron en una constante búsqueda de las piedras curativas más difíciles de hallar.
Es el caso de la aguamarina, por ejemplo, con la que se realizaba una serie de auténticos amuletos utilizados con fines protectores o para dar suerte a pescadores o a marineros en todas las latitudes, aunque sobretodo fue utilizada por los inuit (comúnmente conocidos como esquimales). Según antiguas tradiciones, también la amatista poseía propiedades terapéuticas: griegos y romanos bebían el vino en copas talladas en este cristal, puesto que se sostenía que era capaz de frenar la embriaguez, otorgando sobriedad o, si esto no era posible, una rápida recuperación.
En un deseo constante por tener la suerte a favor, se requería la intervención de la diosa Fortuna, en claras y especificas cuestiones de aspecto económico. La celestina, una piedra muy difícil de hallar en la actualidad en los yacimientos, y caída en desuso en la cristaloterapia, era utilizada con fines chamanísticos por los sacerdotes de Bengala: pulverizada, se lanzaba al fuego para alimentarlo y colorearlo, gracias a la presencia de un ingrediente específico –el estroncio-, para impresionar a todos los que se encontrasen en los alrededores (visto desde un punto de vista moderno y pragmático, este aspecto no dice mucho a favor de la piedra, pero así se utilizaba).
En lo concerniente al aspecto económico, el cuarzo (o simplemente citrino) era utilizado por todos los que se dedicaban al comercio en el Medio Oriente –era conocido como la “piedra de los mercaderes”-, puesto que se creía que no sólo ayudaba a acumular dinero sino también servía para conservarlo: de hecho, en muchas ocasiones se introducía en el cajón o en la bolsa donde se guardaba el dinero para evitar que lo robasen o incluso que éste se devaluara.
Fuente Libro “Cristaloterapia” (Massimo Paltrinieri)
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