La historia nos muestra que los primeros indicios relativos a la capacidad terapéutica de las piedras y cristales se encuentran en un papiro egipcio que data del año 1600 a. C. sin duda alguna, se utilizaban ya desde hacía mucho tiempo en poblaciones de latitudes bien distintas: desde las civilizaciones andinas hasta las de Centroamérica, desde Norteamérica hasta Australia, del Medio al Extremo Oriente (China, Japón, la India, y áreas limítrofes) Basándonos en todo lo que conocemos hoy sobre esta gestión, parece evidente que no existió ningún lugar ni ningún pueblo donde piedras y cristales no fueran utilizados regularmente con fines terapéuticos: desde los antiguos egipcios hasta los nativos americanos, desde los mayas, pasando por los aztecas y los toltecas, hasta llegar a los aborígenes australianos, a las poblaciones celtas y a las mediterráneas.
En todos estos pueblos, y según tradiciones que se remontan en sus orígenes a tiempos muy remotos, las personas enfermas debían llevar en el cuello collares compuestos por diversos tipos de piedras y cristales: lapislázuli, malaquita y jaspe rojo eran algunos de los más utilizados y ayudaban a moderar e incluso hacían desaparecer el dolor y los problemas. La costumbre de llevar o aplicar piedras sobre distintas partes del cuerpo siguiendo ritos mas o menos mágicos o esotéricos formó y forma parte del legado de los protagonistas de toda la historia. Uno de los métodos terapéuticos especialmente difundido consistía en reducir a polvo las gemas, mezclarlas con algún liquido y luego beberse la poción, probablemente, un precursor del actual agua mineral, aunque mas potente gracias a su nivel de concentración.
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